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jueves, 30 de mayo de 2013

Me caí otra vez

Como ya muchos saben, soy una persona con cierta cantidad de mala suerte; cuando me refiero a mala suerte es mala suerte, suerte de mierda. Todos los días opto por persignarme, hacer la danza del pollo, llevar ofrendas a los dioses, pisar tres veces con el pie derecho antes de salir de mi hogar, no pisar las lineas divisorias de las baldosas de la calle (No soy supersticioso, ni mucho menos creyente en religiones), el hecho es que todos los días intento buscar formas de que mi suerte cambie.

Hoy estaba decidido a salir sin tener contratiempos, me preparé mentalmente para el hecho, me puse unas botas de combate que dificultan mucho perder el equilibrio o doblarse los tobillos, y respiré profundo decidido a ir a visitar a mi hermosa novia. Estúpido era pensar que hoy no tendría contratiempos, la mala leche no es buena, es agria como la sourcream, y me persigue a donde voy.

¡Me caí!, maldita sea, ¡me caí! ¿cómo me caí? subiendo a casa de mi novia, ¿de que manera? pisando una camisa vieja en el suelo. No osen a preguntarme cómo carajo me pasó, pero de hecho me pasó, maldigo mi suerte cada vez que respire un chino, mis manos no recibieron mayor daño, y tampoco mis piernas, pero si el hecho de que tengo mala suerte, eso sencillamente me jodió bastante. Camisa troll; lo interesante del asunto es que eso no lo es todo, bajando de la casa de mi novia estrellé mi cabeza contra el techo del todo-terreno donde iba, la puta madre. Encima de eso me monto al bus sólo para seguir sufriendo, conforme que lo tuve que esperar por 40 minutos, volví a golpear mi maldita frente con la entrada del mismo. Odio medir 1.84 (1.86, contando con el grosor de la suela de mis botas de combate ), sentado en un maldito asiento pequeño con un hombre que le costaba enormemente cerrar un poco las putas piernas para dejar que las personas de cierta forma se puedan sentar de una manera un poco más cómoda; más un maldito piernas largas como yo, ¡no! el hijo de sus siete mil putas pensaba que tenía cojones de 4 kilos y medio cada uno, haciendo mi viaje infeliz y doloroso. Mis rodillas son un mar de dolor y son marca "Marcopolo", puesto que las letresitas de mierda se me quedaron marcadas en las mismas, lo puedo jurar.

Mi desgracia siguió cuando llegué a mi destino bajo una llovizna molesta, darme cuenta que se me habían perdido moneditas que tenía en mi bolsillo de atrás, y de paso tener que caminar varias cuadras para llegar a mi casa, para completar tener que aguantarme a un habitante de la calle mal oliente pidiéndome insistentemente dinero, "Mono, mono, ¿me va a regalar alguna monedita mono?", no es que sea un pre juicioso ni que sea despectivo con las personas, pero soy sincero, me ofende enormemente que me pidan dinero en la calle, no por ser un bastardo de mal corazón ni mucho menos, sino porque sé que se lo van a gastar en piedra(droga) [¡Y eso que no soy pre juicioso eh!], el hombre caminó a mi lado aproximadamente 3 cuadras largas, pidiéndome insistentemente dinero, incluso proponiéndome tratos, "Mono deme pues la monedita, vea me da 1000 y yo le devuelvo 500", creo que también me molestó el hecho de que el mendigo tenía más dinero que yo. Finalmente se cansó de seguirme con un mal humorado: "Todo bien, no me de las moneditas, no baje para el ranchito pirobo.", un hombre grosero, mal oliente, y con más dinero en sus manos que yo, un bastardo total, como buen colombo-venezolano que soy le respondí atentamente con un: "Todo bien careximba.".

Entonces llego a mi casa, mojado, sin dinero, con la moral por el suelo, y con el vivo recuerdo de la vergüenza y la desesperanza por ser un chico con mala suerte.

Amigos, amigos, amigos, tengo mala suerte...

martes, 4 de septiembre de 2012

Mi madre y yo

Todos los días recuerdo mis momentos especiales del pasado, recuerdo los juegos de niños, el colegio, mis amigüitos (con diéresis adrede) y cosas especiales que me sucedieron. Pero sin duda alguna, una de las cosas que más recuerdo de mi infancia fueron las coñazas o cagadas a palos o reventadas de orto que me propinaba mi madre, correazos con ira, golpes en los brazos, latigazos por ese culo y demás maneras de castigo; castigo psicológico y verbal.

Fue una etapa un tanto dura pero sin duda alguna memorable, después de todo, son momentos íntimos que forman parte crucial de mi relación con mi madre, de hecho, le doy las gracias... inclusive pienso que eso es lo que ha necesitado la gran mayoría de jóvenes en la actualidad, coñazos y maltrato verbal, obviamente sin excederse claro está.

Los niños fresita de la actualidad, de esos que les gusta Justin Bieber, que montan fotos a las redes sociales prácticamente desnudos solo para obtener "likes" algo que si lo miras desde un punto de vista normal, la verdad son más inútiles que las tetas de los hombres; A menos claro que seas actor porno o algo así, esos que les gritan a sus mayores, esos que se la quieren dar de graciositos a toda hora, esos que no entienden un "No" por respuesta, ésos malcriados hijos de puta, ésos... Ellos son gente que sin dudarlo un minuto, deberían haber recibido más palos que gata ladrona, como dice mi mamá.

Cuando mi madre estaba a punto de pegarme correazos siempre la atmósfera de mi cuarto se tornaba pesada, y a veces contagiaba la atmósfera de la casa entera, el morbo del momento era súper fuerte. Mi mamá siempre se paraba en la puerta de mi cuarto con una mano en la cintura y con el brazo libre relajado apuntando hacia abajo, obviamente con el cinturón preparado y listo para la acción; lo que me hace recordar que siempre ponía la cara de mayor seriedad que he visto en mi vida en una persona, una cara más intimidante que la de cualquier ser vivo. El ritual casi siempre era el mismo, me observaba durante todo el proceso de recoger mi cuarto, encontrar el zapato perdido, preparar la ropa para el colegio del día siguiente o cualquier mierda que me había repetido durante días y no me había dado la regalada gana de hacer. 

Y cuando finalmente yo concretaba mi tarea, pensando que me había salvado, mi madre empezaba a recordarme las mil y una veces que me había dicho lo que tenía que hacer. Hasta que finalmente luego del discurso y la reprendida verbal respectiva, comenzaba finalmente la acción. Correazos van y correazos vienen, se volvía una bestia, me repetía una y otra vez que me lo había advertido y gritaba mi error acompañado de la melodía del sonido a latigazo, mis gritos y mis lágrimas derramadas en toda mi habitación.

Finalmente abandonaba mi habitación, no sin antes hacerme la advertencia de rigor y así concluir otra paliza más que seguramente quedaría en mi recuerdo durante varios meses, o incluso meses, y la verdad hasta años. Pero yo era un niño fiel a mis creencias, por lo tanto, volvía a caer en el mismo círculo vicioso una y otra vez. A mi me parece que en algunos casos mi madre lo disfrutaba, era des estresante para ella, en algunos casos, mis hermanas se metían en medio y me rescataban, en otros casos mi fortuna era bastante desafortunada valga la redundante frase y no había humano que me pudiese rescatar de mi destino inexorable, una paliza agria y bastante energética. 

A todas estas quiero a mi madre y aprecio todo lo que hizo por mí, ojala hubieran más madres como ella, pero la sociedad actual esta en declive, los valores se van perdiendo y los psicólogos son cada vez más caprichosos, todo parece indicar que cada día seguirán surgiendo padres de mierda hasta que todos seamos humanos carentes de valores y sentido común y se acabe el mundo.