Mostrando las entradas con la etiqueta Infancia. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Infancia. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de mayo de 2014

Una bonita tarde con imanes de neodimio

No es un secreto para nadie el hecho inequívoco de que los niños tienen una gran imaginación, a parte de llevar los límites de la imaginación a extremos insospechados. En mi caso siempre fui un niño muy imaginativo, podía crear mis propios mundillos maravillosos donde sólo entraba yo y mi habitación. Aún recuerdo esos maravillosos días, llenos de goce y diversión, días maravillosos en los cuales me alejaba del mundo real; disfrutando así, de mi mundo imaginario.

Tuve pocos amigos en mi infancia, pero los que tuve han sido y son muy buenos, puedo recordar a uno de mis amigos de niñez con quien compartí algunos años de mi vida escolar, de mi primaria. Él era una persona alegre e inocente, le gustaba reír mucho, un chico del cual nunca noté tristeza alguna ni resentimiento para nadie, un chico animado, un un tanto más sociable que yo. Ése chico cierto día, tenía en su poder dos trozos de imán, me parecían bastante curiosos puesto que eran plateados y no negros como los que siempre había visto; me interesé bastante por ellos puesto que su fuerza de atracción y repulsión entre ellos era bastante fuerte. Sin dudarlo ni un minuto, al término de la clase se los pedí prestados, y sin dudarlo él tampoco, me los prestó.

Cuando me fui a la casa con mi madre, estaba muy feliz recuerdo, me cambié, me bañé, hice mi tarea (raro) y me dispuse a jugar con los imanes; quería divertirme, ¡sólo quería divertirme maldita sea!. La primera fuente de diversión que me generaron los imanes, fue lanzarlos al aire, y ver como se atraían y caían adheridos uno al otro. Jodí tanto con ellos, que la verdad no soy capaz de enumerar ni describir con detalle todas mis acciones esa tarde respecto a mis juegos con los susodichos imanes.

¡Hasta que me puse realmente ocioso! En un momento de estupidez mental y de júbilo desmedido, tomé los dos trozos de imán e hice un puto sandwich con mi prepucio. No debo decir más, obviamente los dos imanes tenían una capacidad de atracción muy fuerte, y aprisionaron con mucha agresividad mi pobre prepucio(El cuerito de pene). Luchaba a brazo partido, luchaba por sobrevivir, luchaba por conservar mi pene intacto, luchaba por no circuncidarme yo mismo. Intenté de muchas formas separar los imanes, hacía intentos desesperados, utilizaba mis uñas, mientras lloraba y me retorcía de dolor.

Luego de eso mientras las lágrimas corrían por mi malaventurado rostro, intentaba desesperadamente separar los putos imanes; sin ningún resultado alentador. Cuando finalmente creí estar a punto de rendirme y decir a alguien lo que me había sucedido, logré separar los magnetos.

Mi pene era un mar de sangre, y mi rabia más grande que todos los océanos de la tierra juntos. Estaba asustado y adolorido, sudaba y me encontraba agitado e hiperventilado. Maldecía a los muertos de toda la faz de la tierra. Y me cagaba en todo el mundo. Definitivamente, fue una tarde inolvidable.

Un consejo de mi parte, nunca duden del poder de los imanes de neodimio, más aún, nunca subestimen su fuerza, puede llegar a ser fatal. Mi pene aún lo recuerda, y llora de dolor al imaginarse en una situación parecida. Amigos, amigos, amigos... no lo intenten en sus casas.

Besos con saliva.



lunes, 20 de mayo de 2013

Remembranzas


Lo primero que diré es que mi vida ha sido un tanto inestable; acelerada en unos casos y lenta y calmada en otros, lo que ocurre es que desde pequeño fui un niño un tanto especial, prefería pasar más tiempo con mis juguetes que con amigos u otros niños, en realidad, yo no tuve amigos hasta antes de los 6 años. 

No era porque yo fuera antisocial, bueno, sí, lo era, yo diría que era porque detestaba a las personas más bien. Además yo personalmente me divertía más estando solo en mi cuarto jugando con mis juguetes y figuras de acción que con otros. ¿Motivo? Indeterminado aún… supongo que así nací, nada que hacer al respecto. 

Mi primera infancia transcurrió de manera tranquila y repetitiva, hacía casi exactamente lo mismo todos los días. Levantarme temprano, pedir desayuno, ver caricaturas, bañarme, cepillarme los dientes, comer el almuerzo (cereal), jugar con mis muñecos, comer la cena (coladas, o cereales), seguir jugando con mis muñecos, ver más caricaturas, ver el fútbol con mi madre, y… jugar con mis carritos. De vez en cuando, pero muy de vez en cuando jugaba con mis hermanas mayores, algunos de esos juegos locos y pasados de tono que se inventaban, y muy, muy, muy de vez en cuando jugar con algún vecino de mi edificio. 

Me encantaba mirar por la ventana de mi apartamento solo para ver las palomas, aunque en las materas de mi casa había una planta que producía un olor nauseabundo a clorofila que yo detestaba; me sobreponía a esa situación sólo para pararme en la ventana y observar todo lo que pasaba en el mundo exterior. 

A veces salía del apartamento porque mi madre me sacaba a jugar pelota con ella, creo que eran unos momentos mágicos de felicidad, me encantaba jugar con mi madre. Cabe destacar que yo nunca he sido demasiado demostrativo con mis sentimientos, y tampoco he sido cariñoso, pero cuando era chico mi madre sí era cariñosa conmigo, bastante, también era muy sobre protectora  Creo que jugar con ella era muy en el fondo era mi demostración de afecto, aunque de hecho suene raro, no tiene nada que ver, pero bueno. Así pensaba yo. 

A veces mi madre salía a comprar víveres y me dejaba solo en el apartamento, ella podía y confiaba en que de hecho podía hacerlo a pesar de mi corta edad, porque siempre fui extremadamente tranquilo y sereno. Aunque para mí era mortal, yo sentía que se me iba parte del alma cuando mi madre se iba, no me sentía completo, me sentía mal y perdido.

Mi madre también en el fondo es como yo, bastante independiente, nunca necesitó demasiadas amistades, nunca conversó demasiado con muchas personas, creo que le tomé esa actitud como mía, por encima de cualquier gen que posiblemente me haya pasado a través de su ADN, no sé si mi madre posiblemente en algún momento de su vida se haya sentido sola, pero solo sé que yo sí me sentía solo a veces cuando ella no estaba. Eso lo tengo bastante claro y grabado en mi mente, sin mi madre, yo solo era una coraza, una cáscara vacía, llena de temores y angustias a pesar de mi corta edad.